Cazar votos sin importar trincheras



Aquí en nuestro país podemos hablar de todo, menos cuestionar de
frente a los caudillos y a quienes se consideran los dueños y
propietarios de nuestro país y hasta de nuestras vidas y conciencias.

La macabra práctica de repartir magras ayudas a los damnificados con
el rostro del Presidente del Congreso Nacional es éticamente una
aberración, y pone al desnudo una cultura política patrimonial la
cual se sostiene sobre la base de que el país y el Estado son
propiedad de un puñado de personas, quienes pueden hacer uso de sus
recursos para repartirlos entre la gente a cambio de obediencias y
fidelidades.

En estos días de emergencia, la zona de El Progreso ha sido
especialmente un laboratorio para poner la desnudo el modo de hacer
política en Honduras. Cuentan de una mujer que, afanada en elevar su
perfil de cara a las próximas campañas políticas, se encaramó varios
colchones sobre su espalda justo en el momento en que varias cámaras
se disponían a fotografiar un camión cargado de ayuda a los
damnificados.

Sin duda, la mayor de todas las perversiones ha sido lo que ocurrió
con las bolsas entregadas a gente damnificada con la fotografía
colorada del Presidente del Congreso nacional y aspirante a la
presidencia de la República de Honduras. Sucedió el día jueves 6 de
septiembre en la noche. Activistas del caudillo visitaron a la gente
cuando la misma todavía estaba empapada por las inundaciones. Los
activistas le daban a la gente una palmadita en la espalda y de
inmediato le entregaban la bolsa con la formidable foto del político
de Yoro.

La propia esposa del caudillo confesó que en efecto estaban
entregando aquellas bolsas, pero que no aceptaban las críticas puesto
que dicha actividad política la hacían con fondos propios de la
familia. A confesión de partes, relevo de pruebas: la gente
damnificada se convirtió en objetivo preciso para propaganda
electorera. Para la guerra política no importa la trinchera, lo que
importan son los votos.

Sin embargo, queremos ir más al fondo de esta situación. La falta de
ética social no es solamente de quienes han traficado con las
necesidades de la gente empapada por las inundaciones, sino de
quienes conociendo el hecho han guardado un prudente y cómplice
silencio. El que calla otorga, dice el refrán, y las organizaciones
sociales e instituciones no gubernamentales enteradas de esta
barbaridad han preferido callarse ante el riesgo de perder favores
del caudillo.

Sin embargo, si los sectores sociales y no gubernamentales cierran su
boca por proteger sus intereses, el clamor de esta injusticia está
llegando hasta el cielo, y sin duda este grito llegará hasta los
confines de la tierra, y no callará hasta alcanzar la condena hacia
una práctica politiquera que en nada abona en la lucha por construir
una sana y verdadera cultura política y ciudadana.

Thelma Mejía
vía RDS

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